La fiebre del odio

“El que no tiene buena cabeza para prever, ha de tener buenas espaldas para aguantar” Diario Democracia, 1951 – 1953 cuando Perón fue “Descartes”. 

El 27 de enero de 1871, cuando Domingo Faustino Sarmiento era Presidente de la Nación, se desata en la ciudad de Buenos Aires la epidemia de fiebre amarilla, originada en la Guerra del Paraguay, y fue la más letal de las que azotaron el país en el siglo XIX. Ante la crisis sanitaria, el 18 de febrero el gobierno decreta receso administrativo y legislativo indefinido y crea una Comisión Popular para coordinar la lucha contra la enfermedad. 

Esta comisión recomendó a la población abandonar la Ciudad. Sarmiento, como un ciudadano más siguió este consejo y junto a su gabinete, se marchó de la ciudad en los momentos más difíciles de la epidemia, trasladándose en tren a Mercedes, provincia de Buenos Aires, a la espera que todo terminara. Por esos días el diario La Nación, propiedad de Bartolomé Mitre, aconsejaba desde su editorial el abandono de la ciudad como medida sanitaria, en un claro mensaje dirigido a las familias porteñas más acomodadas, pero luego con “doble vara” cuestionó la actitud del Pte. Sarmiento, por lo escandaloso de su accionar. 

Esta actitud del Poder Ejecutivo hizo entrar en pánico a la ciudadanía, haciendo que las 2/3 partes de la población de la Ciudad, con recursos suficientes: familias tradicionales, comerciantes, legisladores, funcionarios de gobierno, miembros de la Corte Suprema de Justicia y profesionales diversos, abandonaran sus casas céntricas y huyeran a la zona norte de la provincia de Buenos Aires. En la primera quincena de abril, el terror epidémico había penetrado en los hogares porteños, y lo cierto es que la ciudad de Buenos Aires había recibido un contingente de 6 millones de inmigrantes italianos y españoles, quienes ante la necesidad de vivienda, fueron ubicándose en las casonas abandonadas del barrio de San Telmo. En estos llamados “conventillos”, vivían hacinados compartiendo un único baño. Como es sabido “el hilo siempre se corta por lo más delgado”, los pobres inmigrantes, en su mayoría italianos, fueron perseguidos con saña por las autoridades y ante la presencia de un caso de enfermedad en el inquilinato, se los echaba a la calle, expulsaba de sus trabajos y quemaban sus pocas pertenencias. Una vez en la calle, quedaban “a la buena de Dios”, condenados a morir en total abandono. Desalojado el conventillo era pintado con cal, desinfectado y cerrado. 

El “chivo expiatorio” era la inmigración de la “baja” Europa, que no era deseable para aquella pléyade aristocrática que gobernaba. El excesivo calor, la gran sequía que asolaba a la ciudad y las deficientes condiciones sanitarias, favorecieron el desarrollo del mosquito vector, por los barrios de la ciudad. Las autoridades sanitarias, comisiones de higiene y los facultativos comprometidos con la salud pública, ignoraban al enemigo oculto, del cual poco se sabía y nada se sospechaba. La enfermedad se propagó a otros barrios parroquiales de Buenos Aires, los muertos se estimaron en más de 14.000 entre negros, italianos y españoles, que colmaron la capacidad de los cementerios del Sur y Chacarita. “Si los pobres de los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos se han de morir, que se mueran: porque el Estado no tiene caridad, no tiene alma. El mendigo es como un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De manera que es útil sin necesidad de que se les dé dinero. 

¿Qué importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”. Domingo Faustino Sarmiento. Tercer discurso en el Senado de la Provincia de Buenos Aires, 13/09/1859. Entre los médicos que actuaron heroicamente en el foco de la infección se encontraban el Dr. Tomas Perón, abuelo del Perón que todos conocemos, y los médicos A. Argerich y F. Muñiz entre otros, quienes murieron atendiendo a los pacientes enfermos. Cuando todo pasó, recién en el mes de junio, Sarmiento regresó a la Capital y recorrió los barrios en silencio. Haciendo un análisis comparativo con aquella historia olvidada, vemos que se vuelve a emparentar aquella derecha oligárquica rancia “con olor a bosta” con esta derecha macrista, corrupta y endeudadora serial. 

Desde un primer momento en esta pandemia, Macri se mostró indolente aconsejando a AF imitar a Boris Johnson del Reino Unido, con recomendaciones de cuidado “entre nosotros”, pero “sin afectar la economía”. Solo Dios sabe a que situación nos hubiera conducido el ex presidente en esta pandemia global, después de haber desfinanciado el sistema de salud y degradado el Ministerio de Salud convirtiéndolo en secretaria. En materia socioeconómica, lo único que hubiera podido ofrecer, sería más peste y miseria. Con posturas similares se manifestaron distintos referentes del Macrismo/Juntos por el Cambio, que con impronta “sarmientina”, mostraron su indiferencia frente a la salud del pueblo, un Pichetto que fustiga sin cesar sobre la duración de la cuarentena y diciendo que el epidemiólogo “Pedro Cahn es el presidente en ejercicio”; Alfredo Cornejo, Dip. Nac. UCR, quien refiriéndose al gobierno dice: “la pandemia les ha dado la excusa para empoderarse y aparece lo peor del kirchnerismo”; Bullrich que acusa a la Casa Rosada de querer “anular” a la oposición y propone irresponsablemente que el gobierno “abra la economía” y que “cada uno se cuide a sí mismo”; Negri, Dip. Nac. UCR, tensando la cuerda, proponiendo sesionar de manera “presencial” en el Congreso, cuando las condiciones lo hacen imposible dilatando el tratamiento sobre tablas del proyecto del impuesto a la riqueza, o Lombardi que en el marco de la cuarentena, compara el apoyo masivo del pueblo a AF, con el que recibió “Galtieri ante la guerra de las Malvinas”. 

 Estos “profetas del odio” tienen un rasgo común con los de antaño, su falta total de respeto hacia el Pueblo, donde solo los mueve un odio visceral hacia lo nacional y popular, fundamento primario de su ideario cipayo, que le da la identidad de casta patricia a la que aspiran. “La multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor.” Arturo Jauretche

Por Jorge Néstor Juncal, abogado UM.

Publicar un comentario

1 Comentarios