Hace 40 años la CGT Brasil dirigida por el dirigente cervecero Saul Ubaldini asestaba un duro golpe al gobierno de facto en manos de Galtieri. La heroica jornada protagonizada por el movimiento obrero organizado significó el preludio de los acontecimientos que posibilitaran la vuelta a la democracia.
Por Jorge Néstor Juncal*
El 30 de marzo de 1982 se inscribe en la historia como una página de gloria para el movimiento obrero organizado.
Bajo las consignas “Pan, Paz y Trabajo” y “Luche y se van” se organiza una marcha encabezada por el querido Cro. Saúl Ubaldini que se replicó en todo el país. La CGT estaba partida en dos tendencias: la CGT Azopardo (ex Comisión de Gestión y Trabajo), liderada por Jorge Triaca, padre del que fuera ministro de Mauricio Macri, inclinada al diálogo con la dictadura genocida como estratégica para la concertación, y la CGT Brasil (ex Comisión de los 25 gremios peronistas) que encabezaba Saúl Ubaldini, de perfil anti-dialoguista, confrontativa y refractaria a toda concertación con los enemigos del Pueblo.
Un grito desesperado cruzaba la nación en repudio a la política economía de hambre y miseria de la dictadura. Tres años antes de esta histórica gesta obrera, la agrupación “Comisión de los 25 gremios peronistas”, luego CGT Brasil, le realizaba el primer paro general a Videla que, a pesar del acatamiento dispar de los trabajadores, tuvo una importancia superlativa al poner un mojón de lucha obrera frente a tanta ignominia.
Sus organizadores Saul Ubaldini (cerveceros), Roberto Digón (Tabaco), Ricardo Pérez (Camioneros), Roberto García (Taxistas) y Osvaldo Borda (Caucho), quedaron detenidos de inmediato, sin embargo, eso no bastó para desanimarlos.
El 22 de diciembre de 1981 asumió como presidente de facto el Gral. Galtieri, y según lo previsto, designó a un hombre del establishment para que dirigiera la cartera de economía, Roberto T. Alemann, quien luego ratificaría la política económica de Martínez de Hoz. El gran diario argentino se solazaba desde sus páginas sanguinolentas con la designación del oscuro mercader liberal señalando “Si hay dos o tres personas en el mundo de los negocios de la Argentina con excelentes vínculos con los Estados Unidos, una de ellas es Roberto Alemann”.
El proceso de muerte, hambre y entrega iniciado por la dictadura genocida avanzaba de manera pertinaz dejando tras su paso mayor desempleo y una descomunal deuda externa, al calor de una política económica de valorización financiera. El descontento social se transformó en una olla a presión que desembocó en la convocatoria al paro nacional con movilización de la CGT Brasil del Cro. Ubaldini.
La movilización del 30 de marzo de 1982 representó la mayor muestra de resistencia realizada a la dictadura genocida. Se contabilizaron en mas de cincuenta mil jóvenes y trabajadores los que coparon la Plaza de Mayo, convirtiendo ese día en una verdadera huelga política de masas.
Este acontecimiento preanunciaba el desmoronamiento del Proceso de Reorganización Nacional que había teñido de muerte y desolación nuestra Patria. Las contradicciones internas de los jerarcas sumadas a las penurias de una crisis económica terminal, fueron los que detonaron la paciencia de amplios sectores de la población que se movilizaban para, al menos, ser escuchados. El Gral Alfredo Saint-Jean al frente del Ministerio del Interior se valía de estratagemas de burocracia administrativa al pretextar que la CGT no había solicitado la autorización correspondiente para llevar a cabo el acto, advirtiendo que estas situaciones podían producir alteraciones a la seguridad y el orden público.
La dictadura había puesto el ojo sobre los seis dirigentes sindicales, entre ellos Saúl Ubaldini, recordando que se encontraban procesados por haber declarado otras huelgas generales y la iban a pasar muy mal si reincidían.
Con total cinismo Saint Jean justificaba la represión y la violencia despiadada que se había ejercido contra los manifestantes que pedían por Pan y Trabajo y decía “Fue una verdadera intención de gimnasia, no voy a decir terrorista, pero no anda muy lejos, de subversión”. El dispositivo de seguridad pergeñado por el gobierno de facto consistió en cercar la Plaza de Mayo de manera férrea, se cortó el puente Pueyrredón con carros de asalto y fuerte cordón policial, mientras se reprimía a mansalva las concentraciones que se hallaban en las inmediaciones a Tribunales y en el puerto. Empleados y funcionarios que trabajaban en la zona céntrica de Buenos Aires, a modo solidario con los manifestantes, arrojaban desde balcones y ventanas distinto tipo de proyectiles contra los elementos de represión. Los trabajadores se organizaban y encolumnaban detrás de sus dirigentes en Avenida de Mayo y 9 de Julio, pugnaban por llegar a la Casa Rosada y entregar un documento a las autoridades de facto. La columna avanzaba coreando “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar” y “El Pueblo unido jamás será vencido”.
Durante seis horas el centro porteño fue escenario y testigo de enfrentamientos entre los trabajadores y la policía. También, el interior del país era protagonista, la lucha se había extendido a Mendoza, donde la represión terminó con la vida de un trabajador y sindicalista textil, José Benedicto Ortiz; en Rosario, dos mil trabajadores recorrieron el centro de la ciudad con consignas contra la dictadura; en Mar del Plata y San Miguel de Tucumán detuvieron a doscientas personas por repudiar la dictadura; en Córdoba, el Tercer Cuerpo de Ejército patrulló las calles con columnas de hasta siete vehículos militares por temor a la movilización de los trabajadores.
Hubo miles de detenidos en todo el país, comenta Alfredo Mason en su libro “Sindicalismo y Dictadura, una historia poco contada”. En esos días se calculó que hubo cerca de 2500 heridos y unos cuatro mil detenidos, aunque nunca se informaron las cifras oficiales.
Entre los detenidos, se encontraban el secretario General de la CGT Brasil, Saúl Ubaldini, y cinco integrantes de la Comisión directiva; el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel y un grupo de Madres de Plaza de Mayo.
Como válvula de escape social, pocos días después, el 2 de abril de 1982 la dictadura se aventura a una conflagración, hasta allí de consecuencias desconocidas, congregando con el anuncio a 10.000 personas que festejaban la recuperación de las Islas Malvinas, cuando 72 horas antes, en el mismo escenario, el movimiento obrero había constituido un “basta” en el derrotero de los genocidas.
Dignos de admiración estos dirigentes, quienes, a pesar de las continuas amenazas, despojados de ataduras y empujados por las masas obreras daban una muestra de un coraje pocas veces vista, o solamente comparable con la voluntad inclaudicable de aquellos mártires como Felipe Vallese, Amado Olmos y Atilio Lopez, Jorge Di Pascuale y Agustin Tosco, entre otros, que regaron con su sangre la defensa de los derechos de los trabajadores.
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