Los bombardeos a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, constituyen un crimen de lesa humanidad llevado a cabo por hombres de la armada y la aeronáutica todavía impune o, aún peor, invisibilizado por la historia oficial. La vuelta de la teoría de los dos demonios y el negacionismo propalado desde sectores del poder judicial, trazan hoy un paralelo execrable con aquel infame acto terrorista de uniformados sobre población civil indefensa.
Por Jorge Néstor Juncal*
Hacia 1954 la relación del Gobierno peronista con la Iglesia Católica pasaba por un momento de alta conflictividad. La conformación de un partido Demócrata Cristiano entre 1953 y 1954, independiente del peronismo, cuyo programa seguía a pie juntillas las encíclicas papales, tenía, además, suficiente capilaridad en todo el territorio nacional para convertirse en un adversario político temible. Esa fuerza política, hasta allí incipiente, contaba con una cantidad importante de centros políticos, iglesias y parroquias, como también una organización juvenil, la Acción Católica, algunas agrupaciones de obreros católicos, revistas, colegios, asociaciones de ayuda social, etc. que coadyuvarían a generar un caldo de cultivo con el que se cocinaría a fuego lento, un sentimiento de odio racial y de clase hacia todo lo que significara Peronismo.
En 1954, una serie de hechos provenientes de esta nueva facción política le da volumen a la crisis en un claro enfrentamiento con el gobierno peronista. En el discurso del 10 de noviembre, Perón atribuye actividades antiperonistas a algunos curas, y acusa a algunos católicos de infiltrarse en organizaciones del pueblo. Las respuestas del gobierno peronista a esta avanzada clerical que propiciaba su derrocamiento resultaron contundentes.
Luego de las declaraciones de Perón, fueron detenidos algunos sacerdotes, se eliminaron del calendario cinco feriados religiosos a excepción de Navidad y Viernes Santo, se suprimió la enseñanza religiosa en las escuelas, cuya legislación había sido aprobada en 1947 por el Congreso Nacional, con mayoría peronista. Los legisladores peronistas no se quedaron atrás ni un ápice y dieron impulso a iniciativas que la Iglesia Católica rechazaba de plano, como lo fueron la aprobación de la ley de divorcio, la ley de Profilaxis, la equiparación de los hijos “legítimos” con los “ilegítimos”, además de avanzar con el proyecto de separar la Iglesia del Estado.
Se ponía en práctica la frase proverbial que solía utilizar Perón: “No se puede hacer tortilla sin romper los huevos”, posicionándose claramente en favor de las necesidades de las mayorías.Perón quiso bajarle el tono a la disputa con la Iglesia sosteniendo que se trataba de una cuestión política ajena a la institución eclesiástica. Eso no fue entendido así puertas adentro de los claustros, la jerarquía clerical decide tomar partido en defensa de los curas antiperonistas valiéndose como ariete de la juventud de la Acción Católica, colegios religiosos, la comunidad católica y como si esto no bastara, el propio Vaticano. La reacción de la feligresía católica con raigambre antiperonista no se hizo esperar. Las procesiones del 8 de diciembre de 1954 y sobre todo la de Corpus Christi el 11 de junio de 1955 fueron verdaderas manifestaciones antiperonistas que, a modo de encendidas hordas, se lanzaban a la calle clamando en defensa de la iglesia frente a los ataques de quien consideraban “tirano”.
Hubo también quienes aprovecharon la volada para sumarse. Algunos claramente ateos, socialistas y comunista, pero también radicales laicos marchaban a grito pelado ¡Viva Cristo Rey!, sin ningún tipo de reparo, ni prejuicio, la causa común que perseguían era voltear a Perón.La tradicional procesión de Corpus Christi del 9 de junio se postergó hasta el sábado 11 para que confluyera mucha más gente. La convocatoria resultó todo un éxito, la multitudinaria manifestación, para algunos más de 200.000 personas, se congregó en la Catedral y marchó hacia el Congreso, donde se disolvió. En el lugar, manos inescrupulosas no vacilaron en arrancar dos placas de bronce colocadas en homenaje a Evita, arriar la bandera nacional e izar en su reemplazo la enseña amarilla y blanca del Vaticano. Luego con el pabellón nacional intentaron apagar la llama de la lámpara votiva que se encontraba en la fachada del Congreso en homenaje a Eva Perón, quemándola por completo.
Por la noche, una ignota turba atacó diez iglesias del centro de la ciudad, se produjeron importantes incendios en las de San Francisco y Santo Domingo, e importantes daños en la Catedral y en la casa de la Curia. La oposición política, rápida de reflejos, le endilgó al Peronismo la responsabilidad por los daños a los templos, pero lo sugestivo es que en los barrios donde este movimiento controlaba el territorio, no se produjeron atentados de ningún tipo.
Tamaña muestra de animadversión de la oposición antiperonista constituirá el prólogo de lo que será el acto de terrorismo más atroz de la humanidad, donde fuerzas nacionales perpetraron un bombardeo aéreo sobre una ciudad abierta contra su población civil indefensa.
Como respuesta a la afrenta inferida al pabellón nacional, el Gobierno organizó un acto de desagravio para el 16 de junio. El ministro de Aeronáutica, brigadier mayor Juan Ignacio de San Martín, dispuso que la aviación testimoniara su adhesión al presidente de la República, desagraviando a la vez, la memoria del general José de San Martín. Para esto decidió que una formación de aviones “Gloster Meteor”, sobrevolaran la Catedral de Buenos Aires donde descansan los restos del Libertador, en lo que configuraría una terminante muestra de reparación. La gran atracción de ese jueves frío y nublado iba a ser el vuelo rasante de aquellas modernas aeronaves, que daba un marco épico para un acto cívico-militar organizado en solidaridad con el Gobierno, frente a esa multifacética oposición que conspiraba para derrocarlo a cualquier precio.
Dos días antes del evento de desagravio, el jefe del putsch, el contralmirante de la Infantería de Marina, Samuel Toranzo Calderón, sabiéndose observado por el Servicio de Informaciones de la Aeronáutica (SIA), se apresura a fijar la fecha del golpe a Perón. Hasta se había esbozado un programa de gobierno que deberían llevar a cabo los golpistas en caso de resultar victoriosos con la maniobra. El contralmirante Toranzo Calderón logra la anuencia del general Justo León Bengoa, jefe de la III Brigada con asiento en Paraná para que éste se ponga a frente del movimiento para deponer a Perón. Toranzo Calderón, designado maestro 33 de la masonería, se reúne con intención sediciosa en un automóvil en marcha con dos políticos opositores: Miguel Angel Zavala Ortiz, radical unionista, quien luego huirá y se exiliará en Uruguay, retornando al país después del 16 de septiembre y siendo canciller del presidente Arturo Illia, logrará que la dictadura brasileña impida el retorno de Perón del exilio el 2 de diciembre de 1964; y Adolfo Vicchi, conservador mendocino, quien en 1956, el dictador Aramburu lo premiará designándolo embajador en Washington, y a su turno, el presidente Arturo Illia, lo nombrará embajador ante Gran Bretaña.
Zavala Ortiz y Vicchi se habían puesto de acuerdo en conformar una junta de gobierno, junto con dos militares, un representante de la Fuerza Aérea rebelde y el socialista Américo Ghioldi, este último estaba exiliado en Montevideo. El socialista Ghioldi no tuvo empacho en saludar con beneplácito los fusilamientos del general Valle y de sus hombres y los fusilamientos de José Leon Suarez en junio de 1956. Este socialista quien se solazaba escribiendo en el diario La Vanguardia: ¡Se acabó la leche de la clemencia!, luego sería embajador en Portugal durante la dictadura genocida de Videla.
Esta junta cívico-militar se proponía reemplazar al Presidente Juan Domingo Perón, destituyéndolo por las buenas o asesinándolo si fuera necesario. El escenario estaba dado, la trama conspirativa tomaba forma para los sediciosos, la aviación naval se encontraba presta para bombardear la Casa de Gobierno para ocuparla con una fuerza de choque de la infantería de Marina, el objetivo era asesinar a Perón e infundir terror en la población.
En la mañana del 16 de junio, Perón había llegado desde muy temprano a la Casa Rosada como era su costumbre. Dio comienzo a su agenda recibiendo al director de la SIDE, general de brigada Carlos Benito Jáuregui, quien, en su calidad de jefe de los espías, traía noticias preocupantes sobre la asonada que se estaba preparando. Sin embargo, Perón decidió continuar con sus actividades y estar alerta ante cualquier aviso. Recibió de manera cordial al embajador de Estados Unidos, Albert Nufer, entrevista que fue interrumpida abruptamente por el general Lucero, quien mediando las disculpas del caso, le espetó a Perón, con cara desencajada, que había razones de peso para sospechar que el desfile aéreo iba a ser aprovechado para bombardear la Casa Rosada y asesinarlo.
Anoticiado de esto, Perón se trasladó a su despacho en el Ministerio de Guerra, cruzando la avenida Paseo Colón. Desde su despacho a las 12:40 en punto, Perón fue testigo del paso de los aviones de combate. Luego supo que se trataba de aviones Avro Lincoln y Catalinas de la escuadrilla de patrulleros Espora de la Aviación Naval, coordinados por el almirante Samuel Toranzo Calderón y comandados por el capitán de navío Enrique Noriega.
Dos días antes del evento de desagravio, el jefe del putsch, el contralmirante de la Infantería de Marina, Samuel Toranzo Calderón, sabiéndose observado por el Servicio de Informaciones de la Aeronáutica (SIA), se apresura a fijar la fecha del golpe a Perón. Hasta se había esbozado un programa de gobierno que deberían llevar a cabo los golpistas en caso de resultar victoriosos con la maniobra. El contralmirante Toranzo Calderón logra la anuencia del general Justo León Bengoa, jefe de la III Brigada con asiento en Paraná para que éste se ponga a frente del movimiento para deponer a Perón. Toranzo Calderón, designado maestro 33 de la masonería, se reúne con intención sediciosa en un automóvil en marcha con dos políticos opositores: Miguel Angel Zavala Ortiz, radical unionista, quien luego huirá y se exiliará en Uruguay, retornando al país después del 16 de septiembre y siendo canciller del presidente Arturo Illia, logrará que la dictadura brasileña impida el retorno de Perón del exilio el 2 de diciembre de 1964; y Adolfo Vicchi, conservador mendocino, quien en 1956, el dictador Aramburu lo premiará designándolo embajador en Washington, y a su turno, el presidente Arturo Illia, lo nombrará embajador ante Gran Bretaña.
Zavala Ortiz y Vicchi se habían puesto de acuerdo en conformar una junta de gobierno, junto con dos militares, un representante de la Fuerza Aérea rebelde y el socialista Américo Ghioldi, este último estaba exiliado en Montevideo. El socialista Ghioldi no tuvo empacho en saludar con beneplácito los fusilamientos del general Valle y de sus hombres y los fusilamientos de José Leon Suarez en junio de 1956. Este socialista quien se solazaba escribiendo en el diario La Vanguardia: ¡Se acabó la leche de la clemencia!, luego sería embajador en Portugal durante la dictadura genocida de Videla.
Esta junta cívico-militar se proponía reemplazar al Presidente Juan Domingo Perón, destituyéndolo por las buenas o asesinándolo si fuera necesario. El escenario estaba dado, la trama conspirativa tomaba forma para los sediciosos, la aviación naval se encontraba presta para bombardear la Casa de Gobierno para ocuparla con una fuerza de choque de la infantería de Marina, el objetivo era asesinar a Perón e infundir terror en la población.
En la mañana del 16 de junio, Perón había llegado desde muy temprano a la Casa Rosada como era su costumbre. Dio comienzo a su agenda recibiendo al director de la SIDE, general de brigada Carlos Benito Jáuregui, quien, en su calidad de jefe de los espías, traía noticias preocupantes sobre la asonada que se estaba preparando. Sin embargo, Perón decidió continuar con sus actividades y estar alerta ante cualquier aviso. Recibió de manera cordial al embajador de Estados Unidos, Albert Nufer, entrevista que fue interrumpida abruptamente por el general Lucero, quien mediando las disculpas del caso, le espetó a Perón, con cara desencajada, que había razones de peso para sospechar que el desfile aéreo iba a ser aprovechado para bombardear la Casa Rosada y asesinarlo.
Anoticiado de esto, Perón se trasladó a su despacho en el Ministerio de Guerra, cruzando la avenida Paseo Colón. Desde su despacho a las 12:40 en punto, Perón fue testigo del paso de los aviones de combate. Luego supo que se trataba de aviones Avro Lincoln y Catalinas de la escuadrilla de patrulleros Espora de la Aviación Naval, coordinados por el almirante Samuel Toranzo Calderón y comandados por el capitán de navío Enrique Noriega.
Era algo que parecía insólito, Buenos Aires estaba siendo bombardeada por fuerzas armadas argentinas, curiosamente por la Marina.Las incursiones aéreas que realizaron los Gloster Meteor fueron sucesivas a lo largo de eternas cinco horas, entre las 12:40 y las 17:40, y tuvieron como objetivos de máxima la Casa Rosada, Plaza de Mayo y sus adyacencias, donde se registró el mayor número de víctimas, luego el Departamento Central de Policía y la residencia presidencial, donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional. También fueron blanco las tropas del Regimiento 3 de Infantería “General Manuel Belgrano” que marchaban encolumnadas en apoyo a su presidente. Las tropas habían salido de La Tablada hacia Plaza de Mayo y el aeropuerto internacional de Ezeiza, con intención de recuperarlo dado que se encontraba tomado por los golpistas.
Una concentración obrera frente a Jabón Federal en Avenida General Paz y Crovara en La Tablada fue objetivo de ametrallamiento por parte de los cazas, episodio del que resultó muerto el trabajador Armando Fernández. La lluvia de proyectiles inutilizó las antenas de Radio del Estado que se encontraban en la terraza del Ministerio de Obras Públicas emplazado en la avenida 9 de Julio, del mismo modo, ocurrió con las de Radio Pacheco de la localidad homónima.
La CGT no fue atacada directamente gracias a que un suboficial de la Armada se negó a trasmitir la orden dada en ese sentido por uno de los jefes de la conspiración cívico-militar, el contralmirante Anibal Osvaldo Olivieri, hasta ese momento ministro de Marina.
“Las bombas en Plaza de Mayo implicaron una clara advertencia: quienes buscaban derrocar a Perón estaban dispuestos a verter toda la sangre que fuera necesaria.”, dirá el Dr. Eduardo Luis Duhalde, secretario de Derechos Humanos del segundo gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner, en el prólogo del trabajo de investigación oficial sobre el “Bombardeo del 16 de junio de 1955”.Los cazabombarderos llevaban en sus colas una “V” y una cruz, que significaban “Cristo Vence”, y a modo de cruzada arremetían contra transeúntes y familias enteras que se aprestaban a presenciar el desfile aéreo de desagravio que estaba programado por el gobierno. Las primeras bombas cayeron a metros de la Pirámide de Mayo y sobre la Casa Rosada cayeron en total 29 bombas, de entre cincuenta y cien kilos cada una. Otra bomba hizo impacto en un trolebús repleto de pasajeros. El piloto Guillermo Palacio tomará bajo su responsabilidad, sin tener una orden superior, la decisión de arrojar 800 litros de combustible de un tanque auxiliar sobre la Casa de Gobierno luego intentará justificar su demencial accionar diciendo que “fue una demostración del odio, de la reacción desatada por las medidas que agobiaban al país”, es decir la culpa la tenía Perón.
Prontamente, la CGT convocó a las organizaciones sindicales a defender a Perón. El General pidió encarecidamente que no movilizaran desde su puesto de comando en el Ministerio de Guerra, para evitar que corriera más sangre, pero era demasiado tarde, la cacería humana estaba desatada y fuera de control. Entrada la tarde, cientos de descamisados se congregaron en Plaza de Mayo para defender a Perón. La situación resultó propicia para que una nueva oleada de aviones descargase, sin contemplaciones, nueve toneladas y media de explosivos sobre la multitud. Si bien la prueba documental no fue vasta ni suficiente para cuantificar la cantidad de pérdidas humanas, se sabe a ciencia cierta que en Plaza de Mayo y sus alrededores quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos, y los hospitales colapsaron al recibir más de 600 heridos.
Los autores de semejante crimen de lesa humanidad fueron “respetables” militares y civiles. El vicealmirante de infantería Benjamín Gargiulo, fue el único que en un acto de honor decidió pegarse un tiro.Otro de los conspiradores, el almirante Olivieri, observaba desde las ventanas del edificio del Ministerio de la Marina, como avanzaban columnas de trabajadores enardecidas para vengar a sus compañeros asesinados. Aterrado por la eventualidad de ser linchado vivo por los manifestantes, tomó el teléfono y llamó al ministro de Guerra, el general Lucero y le dijo:
“Intervenga. Mande hombres. Nos rendimos, pero evite que la muchedumbre armada y enfurecida penetre en el edificio del Ministerio”.Este cobarde fue destituido y condenado a una pena de prisión menor de un año y seis meses, ayudado por su defensor el contralmirante Isaac Francisco Rojas. Junto al almirante Olivieri, oscuro personaje si los hay, se encontraban otros de igual calaña y de macabro futuro, los tenientes Emilio Eduardo Massera y Horacio Mayorga. El almirante Samuel Toranzo Calderón, líder y responsable directo de la masacre de Plaza de Mayo, fue degradado y condenado a prisión por tiempo indeterminado, le hubiera correspondido fusilamiento, sin dudarlo. Otros once oficiales fueron condenados a reclusión por tiempo indeterminado, pero los líderes de la Revolución Fusiladora, transcurridos pocos meses, los liberarían junto con sus cómplices.
Mientras tanto, y salvando las distancias de aquel triste pasado, la derecha canalla intenta reverdecer sus consabidas recetas de fingidos salvadores de la patria para redimirnos de lo que ellos consideran “populismo”, apuntando al corazón de las conquistas sociales del Peronismo.
Aborrecen, como otrora, del legado del tres veces presidente de la nación, porque se sienten ajenos al Pueblo y al derrotero de la Patria. Como en el 55, vuelven a sembrar su simiente de odio, reeditando la remanida teoría de los dos demonios, y haciendo gala de un negacionismo sin precedentes se atreven a desacreditar la memoria de Evita, cuando inflando el pecho vomitan su bilis diciendo “no puede haber un derecho detrás de cada necesidad”.
Una suerte de revival siniestro, con el que cada tanto se regodea la oligarquía, el hecho de trazar designios sobre el resto de los comunes mortales, sin importar el costo ni la sangre que ha de pagarse. Otra vez sopa, “Southampton o la horca” diría el masón de Sarmiento en su carta a Mitre aludiendo el destino manifiesto que le esperaba al traidor de Urquiza, disyuntiva de hierro al que había sido sometido su vencido en Caseros, el desterrado Juan Manuel de Rosas.
Nos ofrecen pasar nuevamente por su purgatorio, lugar que conocimos amargamente vida tras vida para alcanzar la salvación anhelada y raras veces alcanzada, empero, acomodada siempre a sus venales intereses. Aquí no está en juego nuestra opinión al respecto, ellos dan por descontado que debemos transitar nuevamente las catorce estaciones del vía crucis, a modo de prueba expiatoria del Consenso de Washington. “Corsi e ricorsi” diría el célebre abogado y filósofo napolitano Giambattista Vico, la historia no avanza de forma lineal, impulsada por el progreso sino en forma de ciclos que se repiten.
Las bombas del enemigo del Pueblo en Plaza de Mayo han mutado en métodos un tanto más sofisticados, ya no es necesaria la explicitud de los medios utilizados por la barbarie para generar el mismo resultado. La eficiencia del “Big Data” customiza el favor electoral de los poderosos y redirecciona resultados comiciales para que éstos no se aparten de la “matrix” del establishment, mientras las operaciones de prensa aupadas por jueces y fiscales adictos al poder terminan deslegitimando la soberanía popular devenida de las urnas. Aquellas vidas cercenadas sin sentido por un odio irracional hacia Perón y su Pueblo, emergen hoy a modo de reminiscencia vaga de la historia, como lo fuera la sangre derramada en Guernica en 1937, a excepción que aquí, el crimen fue cometido por uniformados argentinos con aviones del Estado nacional.
Tamaña infamia debiera interpelarnos en nuestra convicción de saber que la violencia seguirá siendo el vector escogido por la derecha reaccionaria y cipaya para lograr sus fines de casta. Las casi cuatrocientas víctimas masacradas el 16 de junio de 1955 aún claman por Justicia y nos advierten que, amén de los años, la derecha canalla no trepidará jamás volver a colocarse en papel de verdugo de las aspiraciones del Pueblo.
*Abogado UM
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