Durante la última dictadura cívico militar, las mujeres argentinas fueron víctimas a lo largo y a lo ancho de este país de torturas, abusos, violaciones y en muchas ocasiones mantuvieron relaciones tortuosas con sus propios victimarios, relaciones nacidas bajo los tormentos de la tortura. Las compañeras fueron mujeres que se atrevieron a ingresar en un territorio que era netamente masculino, se atrevieron a rebelarse y pelear contra las injusticias, mujeres que militaban en agrupaciones estudiantiles, sindicales, políticas, que estudiaban una carrera, que no querían ser sumisas y obedientes, que decidían no dejar la lucha en manos de los compañeros, sino tomarla en sus manos.
*Por Ana Clara Torres
Como dijimos, muchas de esas mujeres sobrevivieron. Y cargaron cómo pudieron con sus pesadillas, algunas rehicieron sus vidas otras no pudieron hacerlo. Fueron señaladas y acusadas hasta por sus propios compañeros de militancia. Sufrieron doblemente el estigma: si estaban vivas eran delatoras. Y encima prostitutas. La única posibilidad de haberse salvado era habiendo entregado datos en la tortura, era habiendo traicionado a sus compañeros y peor aún, por medio de el uso de sus cuerpos. Se habían acostado con sus represores y no eran víctimas: había una cuota de voluntad propia, eran señaladas y condenadas.
Comenta una compañera que pasó por el infierno: “ninguna de nosotras tenía posibilidad de resistirse, estábamos bajo amenaza constante de muerte en un campo de concentración. Estábamos desaparecidas, sin derechos, inermes, arrasadas en nuestra subjetividad, sin dominio sobre nosotras. Su dominio sobre nosotras era absoluto. No podíamos tomar ninguna decisión, de ellos dependía que comiéramos, que durmiéramos, que respiráramos".
Pero ¿y si lo hubiéramos hecho? ¿Si hubiera existido libre albedrío? ¿Si hubiéramos usado nuestros cuerpos como arma en su contra en un resquicio de fortaleza en nuestra extrema indefensión? Para sobrevivir, para volver alguna vez a ver a nuestros padres, a nuestros compañeros, a nuestros hijos, de los que habíamos sido arrancadas ¿hubiera sido correcto condenarnos socialmente? Como mujeres la utilización de nuestros cuerpos o el deseo que despertamos en el otro como instrumento de manipulación o de salvación es condenable. No pasa lo mismo con los hombres.
Las compañeras que sobrevivían habían traicionado doblemente al mandato como mujeres: habían traicionado el de la sociedad en general y el de la organización en la que militaban, a tal punto que preferían ser mártires y no prostitutas. Preferían que se cuenten de ellas la historia de que dieron la vida por la causa, pero que no se dijera que habían hecho uso de su cuerpo para salvarse, para no hablar, para salvar a sus compañeros y compañeras de lucha.
Escuchando estos relatos de las compañeras detenidas, muchas desaparecidas todavía, no podemos dejar de escuchar estas historias de terror sin pensar en el terror actual. A 46 años de estos hechos, que parecieran imposibles hoy, las mujeres seguimos siendo condenadas y estigmatizadas. Hoy, aunque nos sigan matando a razón de una mujer cada 26 horas, a razón de una de nosotras por día, tenemos que salir explicar todavía en el año 2022 que no fue culpa nuestra. No es culpa de cómo nos vestimos, de cómo hablamos, de cómo nos movemos, de qué consumimos, de qué posición de género elegimos, de con quién nos vinculamos.
Que no fue culpa de Lucía por salir a fumar y terminar drogada y empalada, muerta literalmente de dolor.
No fue culpa de Lola que salió a pasear por la playa con 15 años y no volvió más, terminar abusada y asfixiada bajo un montón de hojas y arena.
No fue culpa de Micaela por vestirse provocativa.
No fue culpa de Úrsula, por no haber sido escuchada en sus 17 denuncias.
No fue culpa de Wanda.
No fue culpa de Araceli.
No fue culpa de Ivana.
No fue culpa de Guadalupe.
Las nombramos y estamos seguras de que la mayoría de los que leemos esto, si hacemos un esfuerzo chiquito, tenemos sus rostros, sus imágenes, les conocemos las caras. Caras de fotos que se sacaron sintiéndose hermosas, lindas, sonrientes. Vivas. Sin embargo por mucha fuerza que hagamos estamos seguras de que casi nadie recuerda la cara de ninguno de sus asesinos ni de sus cómplices: los jueces que los liberan los policías que desechan las denuncias, los fiscales que no accionan. Todos funcionarios que no funcionan.
Estas mujeres, estas pibas que hoy lamentamos, y todas nosotras somos víctimas del mismo sistema patriarcal del que fueron víctimas las compañeras detenidas desaparecidas en los trágicos años 70. El mismo entramado de jueces corruptos, fiscales comprados, policías y militares odiadores y abusadores de todo el universo femenino, las condenaban entonces, y nos siguen condenando ahora.
Todavía creen, porque todavía pueden, que pueden negociar nuestros destinos, repartirse nuestras vidas como un juego más de su reinado machista y asesino. Y pueden, además, porque son cubiertos y empujados por el mismo sistema de medios de comunicación oscurantista y patriarcal, que sigue eligiendo a dedo y cruelmente, qué es necesario mostrar y qué no, manipulando ni más ni menos que la información que llega a nuestras casas, a nuestros hijos y a todo nuestro pueblo.
Y todavía creen además, que pueden ir contra las Madres y Abuelas. No podemos dejar de homenajearlas si hablamos de mujeres y hablamos de lucha. Ellas, las que enfrentaron desde el momento más oscuro, al sistema más perverso que manejó este país, con la cabeza en alto, con todo el dolor a cuestas, marchando y no dejando de pelear nunca, pidiendo por sus hijos, por sus nietos y conminándonos a no olvidar, y a no perdonar.
Por todo esto sostenemos que hoy a 46 años del golpe y en plena democracia nos siguen matando mil veces. Nos matan los asesinos y nos mata la impunidad. Nos mata la condena social y nos vuelve a matar el sistema judicial. Nos mata el establishment completo, hombres decidiendo entre hombres, los destinos de todas.
Las compañeras detenidas desaparecidas, las que regresaron y las que no, las Madres y Abuelas, todas las mujeres que nos faltan hoy, son nuestro faro. A todas ellas se lo debemos, es nuestra obligación y nuestra lucha. Por todas ellas, y todas nosotras, pedimos urgente la reforma judicial feminista.
Por todas ellas seguimos pidiendo NI UNA MENOS.
Solo así podremos lograr un definitivo NUNCA MÁS.
* Psicóloga UBA
Las compañeras que sobrevivían habían traicionado doblemente al mandato como mujeres: habían traicionado el de la sociedad en general y el de la organización en la que militaban, a tal punto que preferían ser mártires y no prostitutas. Preferían que se cuenten de ellas la historia de que dieron la vida por la causa, pero que no se dijera que habían hecho uso de su cuerpo para salvarse, para no hablar, para salvar a sus compañeros y compañeras de lucha.
Escuchando estos relatos de las compañeras detenidas, muchas desaparecidas todavía, no podemos dejar de escuchar estas historias de terror sin pensar en el terror actual. A 46 años de estos hechos, que parecieran imposibles hoy, las mujeres seguimos siendo condenadas y estigmatizadas. Hoy, aunque nos sigan matando a razón de una mujer cada 26 horas, a razón de una de nosotras por día, tenemos que salir explicar todavía en el año 2022 que no fue culpa nuestra. No es culpa de cómo nos vestimos, de cómo hablamos, de cómo nos movemos, de qué consumimos, de qué posición de género elegimos, de con quién nos vinculamos.
Que no fue culpa de Lucía por salir a fumar y terminar drogada y empalada, muerta literalmente de dolor.
No fue culpa de Lola que salió a pasear por la playa con 15 años y no volvió más, terminar abusada y asfixiada bajo un montón de hojas y arena.
No fue culpa de Micaela por vestirse provocativa.
No fue culpa de Úrsula, por no haber sido escuchada en sus 17 denuncias.
No fue culpa de Wanda.
No fue culpa de Araceli.
No fue culpa de Ivana.
No fue culpa de Guadalupe.
Las nombramos y estamos seguras de que la mayoría de los que leemos esto, si hacemos un esfuerzo chiquito, tenemos sus rostros, sus imágenes, les conocemos las caras. Caras de fotos que se sacaron sintiéndose hermosas, lindas, sonrientes. Vivas. Sin embargo por mucha fuerza que hagamos estamos seguras de que casi nadie recuerda la cara de ninguno de sus asesinos ni de sus cómplices: los jueces que los liberan los policías que desechan las denuncias, los fiscales que no accionan. Todos funcionarios que no funcionan.
Estas mujeres, estas pibas que hoy lamentamos, y todas nosotras somos víctimas del mismo sistema patriarcal del que fueron víctimas las compañeras detenidas desaparecidas en los trágicos años 70. El mismo entramado de jueces corruptos, fiscales comprados, policías y militares odiadores y abusadores de todo el universo femenino, las condenaban entonces, y nos siguen condenando ahora.
Todavía creen, porque todavía pueden, que pueden negociar nuestros destinos, repartirse nuestras vidas como un juego más de su reinado machista y asesino. Y pueden, además, porque son cubiertos y empujados por el mismo sistema de medios de comunicación oscurantista y patriarcal, que sigue eligiendo a dedo y cruelmente, qué es necesario mostrar y qué no, manipulando ni más ni menos que la información que llega a nuestras casas, a nuestros hijos y a todo nuestro pueblo.
Pretenden decirnos hoy como vestirnos, cómo movernos y qué uso hacer de nuestro cuerpo, como pretendían “enderezar” a las compañeras revolucionarias que decidían no quedarse en el lugar de “mujeres de” y luchar por el país que soñaban, un país justo y libre de opresiones.Y pueden hacerlo tan livianamente, que no necesitan ya salir ellos a ensuciarse las manos. Construyeron tan eficazmente el entramado de inteligencia y terror, que tienen a sus propios “agentes del orden” que vienen a adoctrinarnos y alienarnos con sus prácticas, sin siquiera tener que dar cara.
Y todavía creen además, que pueden ir contra las Madres y Abuelas. No podemos dejar de homenajearlas si hablamos de mujeres y hablamos de lucha. Ellas, las que enfrentaron desde el momento más oscuro, al sistema más perverso que manejó este país, con la cabeza en alto, con todo el dolor a cuestas, marchando y no dejando de pelear nunca, pidiendo por sus hijos, por sus nietos y conminándonos a no olvidar, y a no perdonar.
Por todo esto sostenemos que hoy a 46 años del golpe y en plena democracia nos siguen matando mil veces. Nos matan los asesinos y nos mata la impunidad. Nos mata la condena social y nos vuelve a matar el sistema judicial. Nos mata el establishment completo, hombres decidiendo entre hombres, los destinos de todas.
Las compañeras detenidas desaparecidas, las que regresaron y las que no, las Madres y Abuelas, todas las mujeres que nos faltan hoy, son nuestro faro. A todas ellas se lo debemos, es nuestra obligación y nuestra lucha. Por todas ellas, y todas nosotras, pedimos urgente la reforma judicial feminista.
Por todas ellas seguimos pidiendo NI UNA MENOS.
Solo así podremos lograr un definitivo NUNCA MÁS.
* Psicóloga UBA
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